“Va..! el cortavientos lo dejo en el hotel, por si acaso llevo manguitos y listo.”

El viaje en autobús hasta el punto de salida fue algo tedioso y mareante, la tensión entre los corredores se palpaba, una mezcla de ilusión y respeto respiraban las ventanas del autobús. Yo intenté relajarme, aunque me fuese imposible dormirme, quería llegar tranquilo al punto de inicio. Primera visión del Faro de Fuencaliente desde la parte de arriba de la culebreante carretera, un suspiro de emoción…

Al bajar del Autobús el viento nos azota con dureza en la cara, la sensación térmica es baja, y tanto mis compañeros  y yo venimos  ligeros de equipación. Habíamos adquirido unos ponchos de plástico con intención de tirarlos antes de la salida, pero sucumbieron bien temprano ante el empuje del viento del Atlántico. En apenas 10 minutos ya no quedaba nada del mío.

Tras hacer espera en el Faro, nos llevamos un duro golpe, una terrible noticia, que dejaba a uno de nosotros sin poder salir a disputar la prueba. Nos prometimos los cuatro compañeros restantes que acabaríamos la carrera, pasase lo que pasase, había que hacerlo, un momento emocionante.

    

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